Ana Carpintero: la reconversión en femenino
El testimonio de Ana Carpintero nos permite sacar a La Luz la demasiada veces oculta e invisibilidad presencia femenina en el ámbito laboral y en el sindicalismo. Carpintero dedica la mayor parte de su intervención a narrar la deriva del conflicto que se generó en los años ochenta en la fábrica Confecciones Gijón, conocida como “IKE”, y asentada en el gijonés barrio del Coto. Su lucha debe conectarse con otras habidas en Asturias y fuera de la región en el marco de la llamada Reconversión Industrial. En este sentido, es un gran ejemplo de una de las caras más duras de esta etapa ya que la fábrica no vivió un proceso de reducción de plantilla, modernización y reconfiguración, sino que terminó cerrando sus puertas en 1990.
lke pasaba por ser una de las empresas punteras del sector textil en Asturias. Fundada en 1952, en los años sesenta daba empleo a casi setecientas personas, mujeres en su mayoría. Ya entonces se vislumbran los primeros problemas en un sector que no supo adaptarse a los nuevos tiempos que habrían demandado un mayor equipamiento tecnológico y una decidida apuesta por el diseño.
La llegada de Ana Carpintero a \a planta fabril es parcialmente distinta a la de muchas de sus compañeras. Lo más frecuente era el ingreso a edades muy tempranas, desde los l2 o 13 años, mientras que Ana entra a formar parte de la plantilla a los 20 años, tras su paso por la universidad que debe abandonar por razones familiares. Además, Carpintero procede del ámbito urbano, pues ha crecido en el mismo barrio del Coto, mientras que buena parte de sus compañeras son oriundas de zonas rurales.
Sin embargo, como el resto de las obreras de Ike, Carpintero comparte el hecho de haber nacido en una sociedad profundamente marcada por la mentalidad y política patriarcal del Franquismo. El régimen sostenía una legislación que situaba a las mujeres en un plano inferior y además inculcaba en la escuela, y fuera de esta, la ideología de las esferas separadas. Se enseñaba a las niñas que su lugar prioritario era el hogar, donde debían consagrarse al cuidado de su esposo y de su prole, siempre al margen del trabajo remunerado.
El conflicto de Ike narrado en este testimonio rompe con muchos de los clichés sobre el supuesto carácter conservador de las mujeres en huelgas y conflictos de clase. Pese a tener todo en su contra (una educación que las había preparado para el ámbito del hogar, una sociedad que las criticaba por abandonar a su familia, una empresa que consideraba que su salario era un simple complemento al del varón, etc.) mantuvieron una estoica lucha con acciones como la ocupación de las propias instalaciones de la empresa que se prolongó durante cuatro años. Y es que, como señala Carpintero, estaban dispuestas a defender lo que para ellas era fundamental: su puesto de trabajo, que era lo mismo que decir su identidad como obreras, la confianza y la independencias adquiridas gracias al salario propio, la posibilidad de relacionarse más allá del universo del ama de casa.
Ana señala igualmente, aunque de manera indirecta, dos contradicciones que se generan en el ámbito del trabajo femenino en la década de los setenta y que perviven aún en los ochenta. La primera radica en que, según el esquema patriarcal ampliamente publicitado durante el Franquismo y que se mantiene tras la muerte del dictador, la presencia de las mujeres en las fábricas se entendía como una etapa transitoria hacia el matrimonio y la maternidad y se asociaba, por lo tanto, a la soltería. Sin embargo, esto no era así para muchas obreras que, como señala Carpintero, tenían 40 o 50 años cuando comenzó el conflicto y pensaban jubilarse en la misma fábrica. La otra contradicción estriba en que los bajos salarios que cobraban las féminas se justificaban alegando que su aportación a la economía doméstica era complementaria a la del sostenedor principal del hogar, que debía ser un varón. Esta perspectiva omite a mujeres solteras, separadas o viudas que contaban con su sueldo como único ingreso y que no encajaban en el esquema burgués de familia nuclear.
Más interesantes son si cabe las fricciones que Ana evidencia entre su identidad como madre y esposa y la obrera consciente, forjada en el puesto de trabajo y obligada por las circunstancias a luchar o perder el empleo. Solo podemos lamentar que no se extienda algo más en estos aspectos, que aportarían mucho no solo a este testimonio en concreto sino al libro en su conjunto. Fragmentos como el que dedica a hablar de la presencia de niñas y niños en las instalaciones de la fábrica o en el que cita el viaje a Madrid para encerrarse en la embajada de Cuba, cuando todas ocultan a sus maridos la intención de quedarse allí unos días, nos parecen de un relieve singular puesto que muestran caras del movimiento obrero que la visión oficial, generalmente masculina, omite en todos los casos. En este punto, los testimonios de varones recogidos en estas páginas, pese a su inestimable valía en otros terrenos, pasan por alto cuestiones como estas, de manera que no parecen presenciar contradicción alguna entre su vida personal y laboral, y apenas mencionan a sus familiares.
El testimonio de Ana Carpintero es valioso por cuanto aporta al conocimiento general del llamado proceso de Reconversión industrial en Asturias y en España, que no puede escribirse ya sin tener en cuenta este tipo de conflictos protagonizados por mujeres. Pero invita además a hacer una interesante reflexión sobre la identidad femenina obrera y, por qué no, a trabajar sobre las relaciones entre masculinidad y obrerismo.
Tanto el texto de esta entrada como el testimonio son extractos del libro De la posguerra al presente. Testimonios orales del movimiento obrero del equipo de investigadores Señaldá. Publicado por Laria y Ediciones de la Universidad de Oviedo. Oviedo, 2014.
+ Info:
Carlos Prieto (ed.), IKE Retales de la reconversión. Ladinamo Libros, Madrid, 2004.