Toño Huerta
El humo y los silbidos de la fábrica le hacían dirigir miradas recelosas al Campo del Sol; allí vivían los rebeldes; los trabajadores sucios, negros por el carbón y el hierro amasados con sudor […] Desde la torre de la catedral de la rancia Vetusta, el Magistral observa su ciudad, aquella descrita por Clarín en La Regenta. Esa no es su gente; para él, los obreros deben estar ahí, relegados, alejados del rebaño cristiano sobre el que ejerce su poder, el clero, la pequeña y antigua nobleza y la incipiente burguesía que irá cambiando los equilibrios de poder hasta llegar al Oviedín del alma, esa imagen aún tan presente de nuestra ciudad que, sin embargo, en un plan meditado y desarrollado por esa clase dirigente, ocultó intencionadamente el pasado industrial de Oviedo, aquél que marcó el desarrollo urbano a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y hasta bien entrado el XX. Hoy en día esos posos siguen vigentes, quizás por un desconocimiento de nuestra historia auspiciado por ese olvido intencionado; sin embargo la labor de personas individuales y de un tejido asociativo que cada tiene más en cuenta esta memoria histórica hace que poco a poco esa visión vaya cambiando y se vaya conociendo nuestro pasado industrial que, a nada que se rasque, sigue muy presente.
Oviedo es más que Oviedo
El desarrollo industrial de Asturias creó un territorio complejo en el área central de Asturias con unos espacios claramente diferenciados. De un lado un complejo minero-industrial desarrollado en torno a las explotaciones carboníferas de las cuencas hulleras; gran parte de su producción sería exportada, fundamentalmente a través de los puertos marítimos de Gijón, Avilés y San Esteban de Pravia, creándose nuevos espacios de especialización funcional portuaria. El tercer eje de la industrialización asturiana nacería de la necesidad de comunicar esos espacios de producción con los puertos, solución que llegaría con el ferrocarril. El papel de Oviedo en todo este proceso vendría dado por su centralidad física entre las cuencas carboníferas y los espacios portuarios, pero también gracias a su carácter de capital provincial, lo que haría que aunase aspectos funcionales, económicos y administrativos, además de los universitarios, convirtiendo a la ciudad en centro de actividades logísticas, organizativas y financieras. Gran parte del capital que promovió la industria asturiana estuvo asentado en Oviedo, una destacada clase burguesa que, con el tiempo, haría una ciudad a su semejanza y para su disfrute; en ese objetivo, la actividad fabril y las personas que trabajan en ella les serían un estorbo.
Dejemos de momento de lado la ciudad de Oviedo, a la que regresaremos más adelante. En torno a la urbe, en un proceso dilatado en el tiempo, se iría conformando un cinturón industrial basado en sectores tan estratégicos como el militar o los explosivos, destacando la instalación de la Real Fábrica de Municiones Gruesas de Trubia a finales del siglo XVIII y su relanzamiento tras la llegada de Elorza a partir de 1844 –hay que tener presentes que Trubia pasó a depender del Ayuntamiento de Oviedo en 1885, pues antes pertenecía al concejo de Grao–, o la Fábrica de Explosivos de La Manjoya, cuyos inicios se deben al ingeniero belga Dionisio Thiry, quien en 1865 instalaría una fábrica en Llamaoscura, espacio hoy en día conocido como El Fulminato, junto con la ampliación hacia La Zoreda. Pero gracias a la presencia de materias primas y a la expansión del ferrocarril, fueron surgiendo otras industrias, como la cementera de Tudela Veguín (1898), la Fábrica de Loza de San Claudio (1901) o la Real Sidra Asturiana Cima de Colloto (1875). Incluso la minería fue muy importante desde mediados del siglo XIX, llamando aún hoy la atención la presencia de dos castilletes en Oviedo, el del pozo San José de Olloniego y el excepcional por su construcción en mampostería de la mina de El Valle, en Tudela Veguín (1902); también en el Naranco quedan huellas de la minería férrica, como el trazado del viejo ferrocarril minero, convertido hoy en día en pista finlandesa. Y, ya por terminar este breve repaso, la producción de energía hidroeléctrica con la presencia de pequeñas centrales en Trubia y Olloniego desde principio del siglo XX. Son muchos más los elementos existentes, pero sería demasiado extenso relacionarlos todos aquí.

Todo este desarrollo periférico de la industria ovetense haría que el municipio se convirtiese en un referente industrial en la región. Por tener algún dato, a finales del siglo XIX Oviedo contaba con 49 fábricas frente a las 54 de Gijón, ocupando a un tercio de la población activa, que llegaría a casi el 50% en la década de 1930. A partir de ese momento comenzaría un declive que, sin embargo y gracias a los factores de localización del municipio, permitiría que en 1960 aún aglutinase a una quinta parte del tejido productivo regional. El final de la centuria, con el desarrollo de los polígonos industriales de la zona Lugones-Siero-Llanera haría que el polo de desarrollo industrial se desplazase hacia esa zona, a lo que habría que sumar la crisis de los núcleos industriales tradicionales, donde solamente lograron sobrevivir Trubia y Tudela Veguín una vez cerrado el pozo San José de Olloniego en 1993 y la Fábrica de Loza de San Claudio en 2009.
No quiero dejar pasar la oportunidad de abrir un inciso respecto al miserable cierre de San Claudio, único calificativo que se me viene a la cabeza; y aprovechar también para vindicar el trabajo femenino en la industria, esencial en la locería. El anuncio de esta muerte anunciada lo podemos situar en 1992, cuando se crea la sociedad Fábrica de Loza de San Claudio S.A., cuyo máximo accionista es un personaje nefasto, Álvaro Ruíz de Alda Moreno, abogado y empresario madrileño –aunque apareciese como agricultor en los estatutos societarios–. Ya en 1988 se había hecho con la propiedad de La Cartuja de Sevilla, que poco a poco fue descapitalizando, pues lo que realmente buscaba era la marca; la intervención de la Junta de Andalucía embargando la marca e impidiendo recalificar el suelo frenaría la operación y, desde 2013, La Cartuja sigue funcionando con un nuevo propietario. Incluso en 1992, Ruiz de Alda adquiere la antigua fábrica de vidrio La Bohemia, en Gijón, que la cierra con el objetivo de recalificar el suelo, con la permisividad del entonces alcalde Vicente Álvarez Areces –en 2008 en ese solar se construirían los juzgados–. Con esos antecedentes, este personaje buscaba realizar en San Claudio la misma operación que en Gijón; era una época en la que la fábrica contaba con 200 trabajadoras, mujeres en sus tres cuartas partes. Tras hacerse con la marca, en 2007 anuncia los primeros despidos. El plan de Ruíz de Alda era trasladar la fábrica a Olloniego y convertirla en un mero almacén, a la vez que se recalificara el suelo de San Claudio. Por suerte, el Ayuntamiento de Oviedo, con Gabino de Lorenzo al frente, aprobó por unanimidad de todos los grupos apoyar a las trabajadoras, a quienes recibe el alcalde por mediación del grupo municipal de IU; también deniegan la recalificación del suelo. El Principado también apoyó a las trabajadoras, aunque en este caso la postura del consejero de Industria, Graciano Torre, fue más tibia. Se pedía que embargaran la marca como había hecho la Junta de Andalucía con La Cartuja, pero no se hizo nada al respecto. También pidieron reunirse con el Presidente Areces, que nunca las recibió.

El caso es que Ruíz de Alda no consigue que se recalifique el suelo pero si quedarse con la marca, que es lo que buscaba. A partir de ahí, su nulo interés por trabajadores e instalaciones harían que el cierre estuviese cercano. Ante la situación creada, comenzaron las movilizaciones ya en 2006. Sin embargo en octubre de 2007 el juez autoriza el despido de 96 trabajadoras, muchas con 30 y 40 años de experiencia; hablando con ellas coinciden en señalar en que fue el peor momento de todo el proceso, el más duro. Quedaron en la fábrica poco más de 40 personas que ya estaban mentalizadas de lo que podría pasar, aunque nunca perdieron la esperanza. Tras el cierre definitivo en 2009, con un recurso pendiente por parte de los trabajadores, en 2011 un juez les da la razón y considera a Ruíz de Alda culpable en el concurso de acreedores de la factoría, además de inhabilitarlo durante dos años para la administración de empresas, lo que en la práctica no se llevó a cabo gracias al entramado societario familiar. Ya era tarde, la fábrica estaba cerrada y en ruina, los trabajadores despedidos, pero les quedaba esa satisfacción personal de saber que tenían la razón frente a un personaje al que no le importaba ni la empresa ni los trabajadores.
Con el tiempo se ha hablado de usos para este espacio. En su momento las trabajadoras propusieron hacer una Escuela Taller, pero la Consejería de Cultura y Educación no llegó a desarrollar ese proyecto. De posibles usos se habló y habla de recinto ferial, de museo; en 2017 el Ayuntamiento de Oviedo consideró la compra de los terrenos, pero la ruina es la única realidad. Como tantas otras cosas no es cuestión de dinero, tan solo de voluntades, sobre todo políticas.

Todo ese desarrollo ha creado un territorio y una sociedad que forman parten de un legado importantísimo, tanto desde el punto de vista patrimonial como de futuro. Deben seguir siendo núcleos de actividad, con usos meditados que se integren en futuros planes de desarrollo para su mantenimiento como recursos endógenos, sociales, de calidad y sostenibles.

De regreso a la ciudad
Un hito en la historia industrial de Oviedo se produce en 1855. Hasta esa época la industria en la ciudad apenas era testimonial, con cierta actividad fabril en la plaza del Fontán tras la llegada de la fabricación de armas al palacio del Duque del Parque en 1794 o el pequeño núcleo de El Cortijo de Regla, donde existió una curtiduría, una fábrica de cerámica de “Talavera” u otra de aguardiente. En ese año de 1855 se decide instalar una fábrica de armas en Oviedo, auspiciada por el Estado y ante la necesidad de mecanizar la producción. La Fábrica de Armas de La Vega sería un reflejo del despegue económico de Asturias en esa época y el motor de crecimiento demográfico y urbano de la ciudad a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX: de 418 trabajadores con los que contaba la fábrica en 1861 se pasa a 1.000 en 1870. Además del influjo directo sobre la ciudad, la llegada de la fábrica de armamento propició la aparición de nuevas iniciativas privadas, como las fundiciones La Amistad (1856), Bertrand (1860), Asturias Industrial (1890) o La Industrial de Ventanielles (1902), entre varias más; es decir, la industria metalúrgica se configura como uno de los pilares de la actividad económica ovetense, a la que habría que sumar la Fábrica de Gas, en funcionamiento desde 1858 y el más claro ejemplo de industria destinada en exclusiva al consumo urbano.

En este punto cabe destacar el papel que tuvo la Iglesia como suministradora de suelo ya que muchas de estas industrias se asentaron en solares que previamente habían sido eclesiásticos y fueron desamortizados o vendidos. Y casi todos ellos en el entorno de la muralla, que en esta época ya estaba en proceso de desmantelamiento. Por lo tanto, el crecimiento urbano de Oviedo durante la segunda mitad del siglo XIX giró en torno a tres ejes: el ejercicio de su capitalidad, la actividad universitaria y, sobre todo, el trabajo industrial, todo ello favorecido por su situación de centralidad y la llegada del ferrocarril a la ciudad en 1874.

Todo este proceso hizo que la industria se arraigará en la ciudad; junto con el peso del sector metalúrgico, en un proceso general que se produjo en toda la región, la llegada de capitales foráneos en el cambio del siglo XIX al XX haría que la industria de transformación de productos agroalimentarios creciese, instalándose en Oviedo fábricas de cerveza, de chocolates, licores, de productos lácteos, como Las Cinco Primeras de Asturias (1899), de harinas y pan como la Sociedad Asturiana (1900) o una fábrica de tabaco en el palacio del Duque del Parque (1860).
Como es lógico este aumento industrial se vería reflejado en un aumento demográfico. La población de la ciudad de Oviedo pasa de 9.380 habitantes en 1847 a 20.100 en 1887, es decir, un incremento del 114% que va acorde al crecimiento de la población activa industrial, lo que muestra claramente la importancia que tuvo el sector. En ese mismo periodo el número de casas crece en 600 inmuebles, lo que corrobora esos datos. Con el tiempo, la necesidad habitacional haría que surgiesen nuevas iniciativas, fundamentalmente por parte de cooperativas de trabajadores, pero también de empresas o particulares que, en zonas alejadas del centro, levantaron diversas promociones, muchas de ellas bajo el amparo de las Leyes de Casas Baratas que se empezaron a desarrollar desde 1911, un proceso que aún duraría durante el periodo autárquico, cuando el régimen franquista promocionó iniciativas como las colonias de Ceano o los grupos Santa Bárbara, José Antonio o Guillén Lafuerza.

Volviendo al desarrollo producto de la industrialización, a la par que crecían la industria y la población obrera, en Oviedo se iría desarrollando una burguesía que desplazaría a la aristocracia tradicional y cuya prosperidad descansaría en negocios de desamortización, actividades comerciales y financieras, la industrialización y la construcción. Es decir, gran parte de su riqueza se gestó gracias al trabajo industrial; sin embargo, de manera paradójica, esta burguesía local, ya en los comienzos del siglo XX, optaría por no realizar nuevas inversiones industriales en la ciudad, lo que frenó el papel de industria como impulsora del crecimiento urbano. Autores como Quirós o Alvargonzález concluyen que la burguesía ovetense habría decidido que no era conveniente para sus intereses contar con un ambiente contaminado tanto desde el punto de vista ambiental como social, es decir, expulsar de la ciudad aquellos elementos sociales y morfológicos que pudiera hacer menos grata a Oviedo como ciudad residencial. Se comenzaba a gestar el Oviedín del alma.

El barrio de Uría es un claro ejemplo de ese proceso. Desde la llegada del ferrocarril diversas industrias se desarrollaron en esa zona atraídas por la presencia del mismo, resultando interesante la concentración en entorno de Los Estancos (calles Covadonga o Melquiades Álvarez) o nuevas calles como Asturias, Manuel Pedregal o Independencia. El máximo cuantitativo de presencia de industrias en este barrio se produciría en 1930, con 60 establecimientos. Pero los intereses de la burguesía harían que poco a poco esa industria se fuese expulsando, preservando el tono señorial de la vieja Vetusta, donde la calle Uría se iría configurando como un eje comercial. Durante un tiempo, el escaso número de las clases acomodadas haría que conviviesen con los usos industriales y las clases trabajadoras, si bien la tónica fue ir expulsando hacia los diversos arrabales históricos (La Vega, Postigo, etc.) tanto a la actividad fabril como al proletariado, confirmando, como expresa el profesor Sergio Tomé, la calificación de “barrios bajos” tanto desde el punto de vista topográfico como social. En este proceso, el propio Ayuntamiento de Oviedo favoreció los intereses de esa clase, con recalificaciones de suelo y no permitiendo la instalación de nuevas industrias en los solares que quedaban vacíos.
El proceso de mutación funcional del centro de la ciudad, con una progresiva disminución del peso industrial frente al terciario –si en 1930 el sector secundario ocupada a un 48,2% del la población activa de Oviedo frente al 43,4% del sector terciario, en 2013 los porcentajes eran respectivamente del 10,89 y 88,65– no ha parado hasta la actualidad. Derivado del alejamiento de la industria de la ciudad se produce una revalorización del suelo urbano, a la vez que se obtienen importantes plusvalías en los terrenos rústicos que las acogieron en forma de polígonos industriales. El negocio estaba servido y aún hoy padecemos sus resultados.
Incluso en un elemento tan importante como el ferrocarril, concebido como servicio público, los ecos de ese desarrollo ligado a una especulación han sido visibles. Cuando en 1991 FEVE plantea desdoblar las vías, una zona como Teatinos se vería gravemente afectada, hasta el punto de tener que abandonar sus viviendas ante las posibles expropiaciones; frente a esa situación surgió un fuerte movimiento vecinal que haría que ya Antonio Masip comenzase a hablar de un cinturón verde, aunque la sociedad Cinturón Verde S.A. se constituiría en 1992 ya con De Lorenzo como alcalde. La idea inicial era soterrar las vías, pero al final se suprimirían y harían nuevos enlaces; para financiar las actuaciones se modificó el PGOU y se liberaron zonas para poder construir: Rodríguez Cabezas, Milán, Vasco o Santo Domingo. En 1999 comenzarían a desmontarse los puentes de Postigo, Azcárraga, Martínez Vigil, Víctor Chávarri y General Elorza y la losa era finalizada. También se construyeron y promocionaron casi 7.000 plazas de aparcamiento, muchas de ellas aún vacías y de propiedad municipal. El cinturón verde se convirtió en un cinturón de hormigón donde, además, prácticamente se borró toda la memoria ferroviaria de la ciudad, de la que hoy en día apenas se conservan elementos, como la estación del Ferrocarril del Norte o el túnel de San Lázaro, incluso un pequeño puente del Vasco Asturiano como único superviviente de esta línea en la ciudad y que corre grave peligro de desaparecer al verse afectado por el Plan Especial de la Fábrica de Gas.
Ligado al ferrocarril, desde hace un tiempo se está hablando de promocionar un Ferrocarril Histórico entre Collanzo (Aller) y Trubia, pasando por Mieres. Esta iniciativa surge de la Asociación Minera e Industrial Santa Bárbara de Mieres, y a ella se ha sumado la Asociación por el Patrimonio Histórico Industrial de Trubia. Mientras que de Baiña a Collanzo existe tráfico de pasajeros, éste fue suprimido en 2015 hasta Trubia, preservándose la vía para el tráfico esporádico de mercancías y con una función logística. El objetivo fundamental sería preservar la función de servicio público del ferrocarril y convertirlo en un dinamizador económico y social de los territorios por los que pasa, conservando un trazado histórico que requiere una inversión mínimos pues, además de la infraestructura existe el material móvil, además del apoyo de los diversos ayuntamientos por los que discurre y de otros estamentos sociales, empresariales y políticos directa o indirectamente implicados. Otro ejemplo de cómo un patrimonio puede seguir siendo funcional, dinamizador y social y, en el caso de Oviedo, potenciar espacios tan ligados a la historia ferroviaria como Fuso de la Reina o Trubia.
Un claro ejemplo de esa evolución lo podemos ver a raíz del cierre de la Fábrica de Armas de La Vega. En el otoño de 2012 la empresa General Dynamics ejecuta el cierre de la factoría, con el traslado de la producción y los trabajadores a la Fábrica de Armas de Trubia. El compromiso de la multinacional era mantener el empleo; sin embargo, apenas 4 meses después anuncia un ERTE y el despido de 55 trabajadores en la empresa trubieca. Ante esta situación, un pueblo aletargado se despertó y las diversas asociaciones existentes en Trubia conformaron una Plataforma Vecinal en defensa del empleo y el futuro de la factoría –esa Plataforma sería el germen de la actual Federación de Asociaciones de Trubia–. Ante la apatía de muchos trabajadores y la tibieza por parte de los sindicatos, sería el movimiento vecinal el que realizaría la mayor parte de las movilizaciones, destacando sendas manifestación por Trubia y en Oviedo, la primera el 19 de marzo de 2013 con unos 1.500 participantes y la segunda al día siguiente superando los 2.000. Aunque los resultados no fueron los esperados y los despidos se ejecutaron, fue un punto de inflexión a la hora de dar un enfoque más social a las reivindicaciones laborales, con las vecinas y vecinos de avanzadilla, fenómeno que se repitió en enero de 2020 tras el cierre de las instalaciones que la multinacional armamentística Expal tiene en Trubia y que en la actualidad está previsto volver abrir.
Las últimas grandes movilizaciones obreras de Oviedo han estado vinculadas al cierre y reconversión de sus empresas armamentísticas. Pero no debemos olvidar otros ejemplos ocurridos en el cinturón industrial de Oviedo, como en el caso de la planta de Coca Cola en Colloto, cerrada en 2014 y que motivó un fuerte rechazo social hacia esa marca en apoyo a sus trabajadores. Incluso muy cercana a ella, la vieja fábrica de cervezas de El Águila Negra ejemplifica la ruina de muchas de estas industrias que forman parte de nuestro patrimonio cultural; cerrada en 1993, solamente se conservó su edificio principal, chimenea y una naves anexas, siendo derribado el resto para construir un polígono industrial; la idea de su propietario era arrasar con todo y, ante esta situación de un conjunto protegido, el ayuntamiento de Siero tomó acciones legales. Tras un largo proceso, en 2018 comienzan las obras de rehabilitación de este lugar tan emblemático.
Del olvido a la dignificación
El objetivo de los párrafos anteriores fue dar una visión muy general del proceso industrializador en Oviedo que permitiese contextualizar ese proceso en nuestra realidad actual. Hemos visto que fue una ciudad y un concejo industriales; que a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XIX el crecimiento demográfico y urbano de Oviedo se debió a la industria y la clase trabajadora. Y que la incipiente burguesía, aquella que amasó su fortuna del trabajo industrial, expulsó del centro de la ciudad tanto a las fábricas como a los obreros. Oviedo fue una ciudad pionera, se adelantó en más de medio siglo a un proceso generalizado a partir de la década de 1960 por el que la industria se iría erradicando de su localización urbana, aunque en el caso ovetense este hecho sería orquestado y planificado por los intereses de la burguesía local.
Habría que esperar a finales del siglo XX para que, de manera incipiente, una parte de la sociedad se empezase a preocupar por esta memoria histórica de la ciudad. Desde el punto de vista académico se dieron pasos muy tímidos, destacando el trabajo del profesor de Geografía Sergio Tomé titulado Oviedo. La formación de la ciudad burguesa. 1850-1950 (Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias, 1988). Pero uno de los hitos de cambio de conciencia hacia la memoria industrial por parte de la sociedad llegó tras el cierre de la Fábrica de Gas de Oviedo; sería en el año 2000 cuando nace el Equipo Gas Ciudad, promovido por Violeta Suárez, vecina de Campo de los Patos y formado por diversos profesionales vinculados al mundo de la arquitectura, la historia o el arte quienes trabajaron y lucharon por la pervivencia de este conjunto en un labor que, aun a pesar de la fecha, era algo novedoso. Es cierto que Oviedo había vivido muy recientemente la destrucción de otro icono industrial, pero también social y emocional de la ciudad, la estación del Ferrocarril del Vasco, arrasada en 1989 en un ejercicio de ignorancia patrimonial aún muy presente en pleno siglo XXI.

En todos estos años son muchos los ejemplos de Patrimonio Industrial y, por extensión, de memoria obrera, que hemos vistos desaparecer, arruinarse o simplemente ignorar. Y de forma paralela, la sociedad ha dado un paso adelante para mostrar su rechazo y protestar ante esos desaires hacia nuestra historia. La Asociación de Vecinos del Naranco “La Centralita” no quiere olvidar este elemento arquitectónico derribado sin sentido. El cierre de la Fábrica de Armas de La Vega y la apertura de un escenario donde discutir su protección, su conservación y nuevos usos, frente a las ocurrencias que periódicamente salen publicadas en los medios sin criterio alguno, ha hecho que en 2020 se forme la Plataforma Salvemos la Fábrica de Armas de La Vega, compuesta mayoritariamente por docentes de la Universidad y profesionales vinculados al Patrimonio. Ese mismo año nace la Plataforma Fábrica de Gas e Ideas, donde diversas vecinas y vecinos, técnicos, asociaciones, organizaciones y personas de muy variados perfiles se unen para solicitar la conservación de este conjunto histórico mediante posturas propositivas, emplazando a las administraciones implicadas y a la propia empresa propietaria de las instalaciones una revisión del Plan vigente para ese espacio y un diálogo de futuro. En 2019 se crea la Asociación por el Patrimonio Histórico Industrial de Trubia con el fin de dar a conocer la historia y patrimonio de este conjunto fundamental en el proceso industrializador asturiano, pero también divulgar la historia industrial de Oviedo mediante visitas y actividades de todo tipo.
La propia administración va cambiando lentamente su visión, en gran parte debido a esa presión social. Desde el Ayuntamiento de Oviedo hay una dualidad cuando menos curiosa: mientras que sacan a la luz ideas como cruzar la Fábrica de Armas de La Vega con una carretera, a la vez utilizan ese espacio como excepcional contenedor cultural, un proceso abierto allá por 2015 cuando se comenzaron a organizar unas Jornadas de Patrimonio Cultural de Oviedo donde año tras años se hacían visitas y diversas actividades dentro de ese espacio fabril –se realizaron 4 ediciones de esas jornadas a las que el nuevo Equipo de Gobierno no dio continuidad–. Incluso hubo una gran luz de esperanza cuando allá por 2016 los ayuntamientos de Oviedo, Mieres y Langreo, luego ampliado a los de Gijón, Laviana y Castrillón, se unieron para elaborar unas jornadas de patrimonio industrial abiertas y plurales; fueron tres ediciones que marcaron un camino que se hace necesario retomar.
En muchas ocasiones he dicho, y reitero, que la mejor protección para cualquier patrimonio es que la ciudadanía lo acoja como algo propio, parte de su historia. La sociedad avanza hacia ese reconocimiento, nos estamos dando cuenta que no podemos perder nuestra memoria, que es lo mismo que borrar nuestros recuerdos. Oviedo fue una ciudad y un concejo industrial, aún lo sigue siendo, bien por la permanencia de parte de esas industrias o por la presencia de un territorio y una sociedad gestados en torno a esa actividad, donde su rico e imprescindible Patrimonio Industrial –arquitectónico, documental, residencial, paisajístico, oral, etc.– es parte de todos y, como tal, tenemos la obligatoriedad moral de conservarlo, preservarlo y protegerlo. Por suerte es un camino iniciado hace tiempo que cada vez recorren más adeptos. Este artículo lo he basado en un charla que he dado varias veces titulada “La memoria industrial de Oviedo. Un olvido intencionado”; en nuestras manos está recuperarla y que ese olvido, valga la redundancia, quede olvidado.